No es el socialismo, eres tú

La mayoría de quienes braman contra el socialismo no están hablando de socialismo. Están hablando de sí mismos. De sus miedos, de sus carencias, de ese pozo interior que prefieren tapar mencionando a Cuba, Venezuela o “los zurdos”. Es un truco viejo: cuando no te gusta lo que ves en el espejo, insultas al sistema político que tengas más a mano. Así puedes evitar lo incómodo: admitir que el problema no está en la izquierda, sino en ti.

Y se nota. Se nota en esa falta de valores que te hace arrodillarte ante cualquiera que tenga éxito, como si tocar un Rolex te acercara un milímetro al dueño. Se nota en ese desprecio hacia quien tiene menos que tú, pero lo suficiente para recordarte tu propia miseria emocional. Tienes tan poco dentro que piensas que quienes tienen aún menos te lo roban. Vas por el mundo actuando como rico, pero en el fondo eres exactamente lo que no soportas aceptar: un pobre que solo se sostiene repitiendo mantras ideológicos que huelen a naftalina.

Ese “anticomunismo” prefabricado que sueltas en redes no nace de la convicción, nace del miedo. Un miedo muy básico: la posibilidad de que tu narrativa entera —esa que te dice que si no tienes más es porque “otros te quitan”— sea mentira. Una narrativa que, por cierto, fue diseñada hace décadas para dividir a la gente en dos:
los que quieren usar la sociedad para generar riqueza y guardarla,
y los que quieren usar la sociedad para generar riqueza… para todos.

Y tú estás atrapado en esa cárcel mental sin darte cuenta de lo más elemental: la humanidad ha sobrevivido gracias al colectivismo. Gracias a que nos agrupamos, compartimos, colaboramos. Ningún rico, ninguna dinastía y ninguna empresa ha sobrevivido sin el país que la sostiene. Las sociedades duran más que los apellidos. Más que las fortunas. Más que los imperios.

Y tú tampoco vas a sobrevivir a tu propio mito. Morirás convencido de que el capitalismo fue tu aliado, mientras el capitalismo hace dinero sobre tu cabeza incluso cuando ya no estés. La funeraria cobrará su factura, el banco seguirá exprimiendo a tu familia, y el mercado —ese al que rezas— te convertirá en un número contable del que sacar rendimiento.

No es el socialismo.
Eres tú.
Y si algún día lo entiendes, quizá puedas dejar de luchar contra fantasmas y empezar a luchar contra lo único que realmente te está frenando: tu propia mentira.

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Jean-Marc Alma-Charlery
Jean-Marc Alma-Charlery