Reestructurar un negocio familiar cuando eres amigo de los socios

Una vecina cirujana me comentaba la complicada situación en la que tendría que operar a un miembro de su familia. Si todo funciona bien, todo está bien. Pero, ¿qué pasaría si dicha operación terminara mal?

Anteriormente, mencioné la situación en la que una pareja decide emprender juntos, poniendo todos sus recursos en la misma empresa. Dicho de otra manera, decidieron que los ingresos del hogar dependerían completamente de los ingresos de la empresa, al 100%. Recuerdo una conversación que tuve hace muchos años con Marcial Bellido Muñoz (más de 20 años ya), durante mi tiempo en el entonces Instituto de Práctica Empresarial (una verdadera escuela de responsabilidad empresarial). Él me explicó lo crucial que era ayudar a las empresas familiares, destacando la importancia de apoyar a aquellas cuyas familias dependían exclusivamente de los ingresos del negocio, no solo aquellas cuyo valor y patrimonio aseguraban un futuro casi independiente de la empresa misma.

Ahora, (y «lo pregunto por un amigo»), ¿qué pasa cuando, además de tener la situación anterior (refiriéndome a las posibles consecuencias de una mala racha empresarial sobre la pareja), el trabajo de reestructuración o salvamento recae en un amigo? No hablo del cuñado o del primo de una amiga, sino de un profesional.
La respuesta no es fácil. La mía la he encontrado en una tercera persona que trabaja bajo mi supervisión. Ella ejecuta la estrategia que he planteado y se ocupa de atender a los socios, permitiéndome seguir compartiendo momentos de café con ellos, ya sea por separado o juntos.

Sin embargo, es fundamental encontrar a una persona dispuesta a recibir los golpes y que además quiera ser parte de las preocupaciones diarias de mis clientes. Por el momento, me considero afortunado por haber encontrado a alguien así.